Amanecimos al dÃa siguiente en la pintoresca Monterriggioni y pudimos comprobar tan sólo al asomarnos por la ventana que habÃamos elegido un sitio peculiar y a la vez encantador para alojarnos. Se trataba de una pequeña localidad, tan pequeña que tan sólo tiene 50 casas divididas en dos calles, una plaza central con una iglesia y una gran muralla que la rodea y la mantiene aislada del exterior. Por las mañanas solo se escuchan las campanas de la iglesia y el trinar de los pájaros. Y por las tardes se llena de turistas que en menos de 1 hora han recorrido todo el pueblo. Os seré sincera, no es el sitio más práctico para alojarse en la Toscana pero estoy convencida de que no hay nada igual en toda la zona.
Esa mañana Francesca nos esperó con un desayuno increÃble en el que habÃa de todo: croissants, bollitos, embutido, galletas, cereales, dulces variados, café, leche, infusiones y zumos. Perfecto para ponernos las botas y emprender camino hacia Florencia, la cuna del renacimiento.
SabÃamos que en Florencia el aparcamiento estaba difÃcil por lo que nos dirigimos directamente a la Piazza Michelangelo para admirar la panorámica de la ciudad e intentar aparcar el coche. Recuerdo que las emociones que me invadieron en la visita a Florencia fueron especiales. Al ver la enorme réplica del David de Miguel Angel que da protagonismo a la plaza me emocioné. Por fin estaba en contacto con todo aquello que habÃa estudiado durante mi Bachillerato de humanidades...
Después de comprobar que el parking de la plaza era de pago (como casi todo en Italia) y habiendo pasado un buen rato admirando la ciudad desde este perfecto mirador, decidimos llevar el coche hacia un parking más cercano que nos permitiera acceder andando al centro de la ciudad.
Cómo os he comentado anteriormente, no Ãbamos con la pretensión de verlo todo, solo con la intención de que la propia ciudad nos sorprendiera. Y asà fue. En el paseo hacia el centro perdimos mucho tiempo admirando escaparates de anticuarios y galerÃas de arte que, os puedo asegurar, son absolutamente maravillosos en Florencia.
Asà llegamos al rÃo Arno, y por su orilla al Ponte Vechio, enclave que yo, particularmente, tenÃa mucho interés en conocer. Un puente que está repleto de joyerÃas ya que, según la leyenda, en tiempos pasados estaba exento de impuestos. Atravesarlo se convierte en algo indispensable si visitas la ciudad: el brillo de las joyerÃas contrasta perfectamente con la antigua estética del propio puente que data del 1345.
Continuamos paseando y empezamos a ver escaparates de firmas de lujo internacionales en los cuales me iba parando por la belleza y singularidad de los mismos pero tengo que reconocer que, sin ir buscándolo, cuando giramos una esquina y nos encontramos con il Duomo de frente se nos cortó la respiración. Yo me quedé perpleja durante unos segundos porque no podÃa dar crédito a tanta belleza.
No quisimos perder tiempo en buscar un sitio decente para comer asà que ese dÃa optamos por comprar unos paninis en una cafeterÃa para no perder detalle de todo lo que tenÃamos a nuestro alrededor.
Aunque el dÃa no nos acompañó porque no paró de llover, no fue impedimento para admirar la belleza de esta ciudad. El recuerdo es mágico. Después de hacer algunas compras emprendimos el paseo de vuelta al coche ya que nos quedaba una buena ruta en carretera para volver y en aquella época empezaba a anochecer a las 16.30 h.
Fontana del Porcellino
Después de una buena ducha y de descansar un rato en el apartamento, salimos en busca de una pizza para cenar y gracias a TripAdvisor dimos con La Bettola dei Vinandri, un pequeño establecimiento donde solo vimos gente local y buena comida.
Nuestro tercer dÃa en la Toscana habÃa llegado a su fin. Al dÃa siguiente, Montepulciano y Cortona nos esperaba.
¡Gracias por leer y comentar!
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